Por LUCIA BERNSTEIN ALFONSIN – diario PAGINA 12
Era 12 de julio de 1924 en París y la temperatura subía a 40 grados, cuando aquel joven rosarino de piernas largas y cuerpo ligero despegó del suelo para dar el salto que le entregaría a la Argentina su primera medalla olímpica. En la primera participación del país en los Juegos Olímpicos, Luis Antonio Brunetto consiguió el galardón de plata en el salto triple, luego de atravesar 15,425 metros. El triunfo de Brunetto sorprendió en aquellos tiempos fundacionales y sorprende hoy: el argentino llegó directo del Club Atlético Provincial de Rosario, en alpargatas, sin entrenador y sin saber medir las carreras, a ser un medallista olímpico. Cien años después, el 12 de julio de 2024, su hijo Mario llevó al club que lo vio crecer la medalla obtenida por el pibe de 23 años que se convirtió en una figura destacada del atletismo a nivel internacional.
Los padres de Brunetto arribaron de Piamonte, Italia, a la Argentina en 1901 para ver el panorama y conocer cómo funcionaba el negocio de la carne. En ese momento la madre quedó embarazada y el 27 de octubre de ese año nació en Rosario Luis Antonio. A los tres años volvieron a Italia, donde nació su hermano menor, Orestes. Allí cursaron la primaria y luego de un par de años, la familia decidió volver e instalarse definitivamente frente al Río Paraná.
Luis y Orestes se convirtieron en asiduos concurrentes del Club Atlético Provincial. El hijo del campeón, Mario Brunetto, dialogó con Página 12 y rememoró los orígenes de su padre. Mario contó que Luis Antonio comenzó jugando al fútbol: “Él iba como delantero porque imaginate con esa altura era un espectáculo cómo cabeceaba”. Con 1,88 metros de estatura y 83 kg de peso, no duró mucho compitiendo en las canchas de fútbol. No era su llamado.
En una entrevista a El Gráfico, en vísperas de su viaje a París para las Olimpíadas, Luis Brunetto habló sobre su debut en el atletismo el 12 de octubre de 1920 en la pista de Provincial: “Victorio Demarchi, el preparador de atletismo, me pidió que defendiera los colores del club en un torneo atlético. Me inscribió en varias pruebas y me dio un breve entrenamiento, pero el día del torneo, desaparecí entre el público. Demarchi tuvo que ir a buscarme y yo estaba temblando. Debuté más muerto que vivo”. Ese día compitió en diferentes disciplinas, como lanzamiento de bala, lanzamiento de disco, carrera con vallas, salto en alto, donde quedó segundo, y su especialidad, salto triple, en donde terminó tercero con una marca de 12,28 metros.
“Mi viejo se vuelca al atletismo a partir de los buenos resultados que obtenía. Por tonteras empieza en ese torneo, gana algo, le salen bien otras cosas y bueno, se entusiasma”, relató Mario.
En 1921 se federó y comenzó a participar de torneos. Lo cierto es que Brunetto inició una hegemonía a nivel nacional y sudamericano muy difícil de igualar. Ganó tres campeonatos nacionales de salto triple en 1921, 1922 y 1924 y, no conforme con el reconocimiento nacional, salió a conquistar no uno, sino cinco campeonatos sudamericanos consecutivos: en 1924 en el torneo de San Isidro, previo a las olimpiadas, en Montevideo en 1926, en 1927 en Santiago de Chile, en 1929 en Lima y por último en 1931 en Buenos Aires.
“Rosario en ese momento era la segunda ciudad argentina, pero era un barrio –contó su hijo–. No había entrenadores profesionales y recién cuando se sumó a competencias nacionales empezó a ver cómo otros saltaban”. Es que el consagrado campeón sobresalía por su singular estilo. Ya siendo recordman argentino, Luis todavía saltaba con alpargatas, sin entrenador y sin saber medir las carreras. Eran épocas donde la precariedad material y técnica acompañaban al atletismo profesional.
En 1924 la delegación de Argentina, compuesta por 77 deportistas hombres, salió de La Plata a las tres de la tarde del 22 de mayo en el paquebote S.S Vasari, para desembarcar casi un mes después, el 18 de junio, en Cherburgo, Francia, donde tomaron el tren que los dejaría directo en los VIII Juegos Olímpicos.
El sol intenso del 12 de julio hizo subir la temperatura a 40 grados en París. Los pulmones de los atletas buscaban aire fresco, pero sólo encontraban un denso calor que se instalaba en el cuerpo para reclamar atención. Por los pasillos del Estadio Colombres corrían rumores de deportistas de otras categorías que se desmayaban antes de competir.
Brunetto era uno de los veinte atletas que se habían inscripto para salto triple. El sistema de competición establecía que todos los atletas disponían de tres saltos en una primera ronda y los seis mejores de esa serie, avanzaban a tres saltos finales.
En la etapa final, fue directo en su primer salto que el joven rosarino alcanzó los 15,425 metros y derribó su propia marca sudamericana y el record olímpico. Los espectadores ya descontaban que con ese salto la victoria se la llevaría Brunetto. Efectivamente las rondas se sucedieron sin poder quebrar la marca, hasta que en su último salto, el australiano Anthony Winter se desplazó diez centímetros más que el argentino.
Quedaba una última esperanza: a Brunetto todavía le faltaba dar su salto final. Con enormes pisadas y fuerte impulso el rosarino se largó a la tabla de pique. “Épica”, dicen que fue la escena los que allí estuvieron. Fueron 15,70 metros los que voló por los aires. Pero al aterrizar la sorpresa llegó al mirar a los jueces, que enseguida marcaron nulo el salto por haber pisado tan solo dos centímetros más allá de la tabla.
Luis Evaristo Brunetto, el hijo mayor, habló sobre ese último salto en una nota con Luis Vinker: “Muchas veces le preguntaron a mi padre por aquel salto, si sentía que le habían robado el triunfo, pero jamás aceptó eso, él era un deportista en todo sentido. Siempre respondía: si los jueces marcaron nulo, fue nulo”. De todas maneras, aquel día Brunetto dejó su huella en la historia: el joven rosarino le dio a la Argentina su primera medalla olímpica de plata y sus 15,425 metros permanecieron durante veinticinco años como record sudamericano y tuvo que pasar más de medio siglo, para que 51 años después dejara de ser el record nacional argentino.
Después de su gran logro, Brunetto continuó ganando nuevos premios en el atletismo hasta que cumplió los 33 años, momento en el que se retiró como atleta pero continuó participando como juez y colaborador. Él se recibió como perito mercantil y trabajó en el Correo Argentino, donde llegó a ser Administrador General. Como interventor recorrió casi todo el país y con 36 años conoció en Bahía Blanca a quien sería su esposa, Argentina Troncoso. “Cuando mi madre lo vio por primera vez –recordó Mario con humor– le preguntó a mi tío, su hermano, ‘¿quién es ese largo que trajiste ahí de amigo?’”.
El largo y Argentina se mudaron a Llavallol, provincia de Buenos Aires, y tuvieron cuatro hijos varones, a quienes todos los veranos mandaron a Rosario para quedarse con su abuela. Mario recordó con cariño esas vacaciones en las que su padre les dejaba encargado a la gente del Club Provincial que los cuidaran: “imaginate que ya en ese momento los directivos eran los amigos con los que él había crecido. Y para nosotros el club era como familia, Íbamos todos los días a la pileta, los amigos del viejo nos trataban como sus hijos y nosotros la pasábamos bárbaro”.
El cuadro con las medallas estuvo en la casa de los Brunetto desde que Mario tiene uso de razón. “Lo armó la nona. Mi viejo ganaba las medallas y se las regalaba a ella –contó–. El Club Atlético Provincial era el lugar donde mi abuela largaba a sus hijos con tranquilidad todos los días. Ella lo tuvo siempre presente, al nivel de montar el cuadro con el símbolo del Club en el centro”.
La estrella del atletismo argentino falleció en su casa de Llavallol el 8 de mayo de 1968 a los 66 años, luego de un cáncer de pulmón.
A cien años de convertirse en medallista olímpico, el 12 de julio de 2024, su hijo Mario viajó desde Salta, donde vive hace más de cincuenta años, a Rosario para llevar el cuadro con las medallas obtenidas por su padre de vuelta al Club Atlético Provincial.
“En los clubes grandes se pierde el contacto más fácil, en cambio en los clubes de barrio pasa esto, se arma comunidad y familia. Por eso decidimos enviarlo al club, para que les quede a las próximas generaciones de atletas, para que lo vean y digan ‘sí se puede’. Y de hecho, cuando les comenté la idea a los del Provincial les encantó, era como tener un cacho de vuelta del tipo que los llevó en su camiseta a todos los torneos”, contó Mario.
En el acto de presentación del cuadro, luego de las palabras de agradecimiento de los directivos del club, los pequeños dedos de los chicos del barrio se amontonaron contra el vidrio señalando la medalla olímpica que había ganado ese que hace tiempo fue uno de ellos.