La última medalla para el atletismo argentino, hasta el momento, llegó hace 72 años en Helsinki, cuando Reinaldo Gorno se proclamó subcampeón del maratón, escoltando al checo Emil Zatopek. Este concluyó una actuación épica, inigualable, ya que venía de ganar los 5.000 y 10 mil metros llanos en la pista, un triplete imposible para nuestros días. Eso valoriza aún más la hazaña de Gorno, un digno heredero de Juan Carlos Zabala y Delfo Cabrera, los dos argentinos que llegaron a lo más alto del maratón olímpico en Los Angeles 1932 y Londres 1948 respectivamente. En los mismos Juegos de Helsinki 52, Cabrera produjo su mejor marca y ocupó el sexto puesto.
Reinado Berto Gorno nació el 18 de junio de 1918 en Yapeú, la tierra del Libertador General José de San Martín. Gorno comenzó con el atletismo en su tierra correntina. A los 14 años hizo su debut en una prueba local de 4 kilómetros y siguió, de joven, en Concordia, antes de desembarcar en Buenos Aires. Durante la década del ’40 permaneció como uno de los más consistentes fondistas argentinos, dentro de una época dorada: al principio dominaba otro inolvidable como el entrerriano Raúl Ibarra -la Segunda Guerra Mundial le privó de una participación olímpica en su momento de esplendor- y luego Delfo Cabrera, implacable para la época de Londres ‘48.
Así Gorno se tuvo que acostumbrar a seguirlos: fue subcampeón de Ibarra en el Sudamericano del 41 en Buenos Aires, tanto en 5000 como 10 mil metros, y lo acompañó (con Cabrera) en el triunfo de una disciplina que ya no existe (los 3000 metros por equipos). Cuatro años más tarde, en Montevideo, Ibarra siguió acumulando triunfos en las dos clásicas distancias de pista (5000 y 10 mil, con Gorno tercero y segundo respectivamente). Allí Gorno logró el que sería su único título sudamericano individual, en un cross country (hay que sumarle otros dos en los denominados “Sudamericanos Extras” de 1946 y 1953, ambos sobre medio maratón). Mientras tanto, era el animador de las habituales pruebas de calle, luciendo las remeras de San Lorenzo, Independiente o Comunicaciones. Y también fue campeón nacional de 10 mil metros llanos en 1949 y 1951.
En los Juegos Panamericanos de 1951, los inaugurales, en Buenos Aires, un Delfo Cabrera que ya era un ídolo nacional desde su consagración olímpica, logró el maratón –en un circuito sobre la avenida General Paz- con 2 horas, 35 minutos y un segundo, y la medalla de plata fue nuevamente para Gorno… aunque muy lejos, a diez minutos. El mismo resultado se dio en mayo del año siguiente sobre medio maratón, en el Campeonato Sudamericano con sede en River, donde Cabrera marcó 1:09.19 y Gorno, 1:11.28. Corsino Fernández, tercero, contribuyó así a copar el podio de argentinos.
Como selectivos para elegir el tridente olímpico se programaron dos pruebas. La primera, el 12 de abril de 1952 entre River y Martínez sobre 18 kilómetros, donde se impuso Cabrera con 55:34, seguido por Gorno a dos minutos. El Sudamericano, en mayo, también entraba en consideración. Y con Cabrera ya designado, se disputó el último evaluativo, el 14 de junio sobre la General Paz y en un trayecto de 31 kilóemtros, donde Gorno venció en 1:41.25 y Corsino Fernández, su escolta, se aseguró la otra plaza para los Juegos.
El maratón olímpico se disputó el 27 de julio de 1952. Sesenta y seis corredores largaron aquel domingo, día final de las justas atléticas, con una temperatura de 18°C a las 15.28 de la tarde. Lo de Zatopek era una incógnita, después de sus victorias en los 5.000 y 10 mil metros, en ambos casos con récords olímpicos de 14:06.6 y 29:17.0. Apenas una semana había transcurrido entre su primera prueba –los 10 mil- y este maratón, el debut de Zatopek en la distancia. El checo tenía que hacer honor a uno de sus consejos preferidos cuando le hablaba a los simples aficionados: “Si quieres correr, corre una milla. Si quieres una experiencia de vida, correr un maratón”. Para hablar de favoritos había que concentrarse en los británicos Jim Peters y Stan Cox, quienes venían de marcar 2:20:43 –récord mundial- y 2:21:42 pero sólo seis semanas antes, tal vez un período insuficiente de recuperación.
Peters impuso un ritmo demoledor, de 15m43s para los 5 kilómetros y 31m55s a los 10, seguido por el sueco Jansson y Zatopek, distancia, mientras Gorno y Cabrera formaban el pelotón siguiente, junto a Cox. Sobre los 20 kilómetros, Jansson y Zatopek se acoplaron a Peters y allí se concretó el diálogo más famoso en la historia de los maratones. Llevaban 1 hora y 4 minutos de carrera, cuando Zatopek le dijo a Peters: “No conozco nada de maratón, pero… ¿no te parece que habría que ir más rápido?”. El inglés no respondió, pero Zatopek tomó el control de la carrera, seguido por Jansson, Peters a diez segundos, Gorno y Cabrera en los puestos siguientes y Cox… rumbo a la ambulancia, por un colapso.
De allí en adelante, el checo fue incontenible, pasando en 1h21m30s los 25 kilómetros y en 1h38m42s los 30, con Jansson y Peters cada vez más lejos, y la dupla de argentinos en sereno control. Entre ese momento y los 32km –cuando la tradición indica que “allí empieza el verdadero maratón” y otros directamente lo llaman “el muro”- se derrumbaron las esperanzas de Peters, con una lesión muscular en la pierna izquierda.
Al paso de los 36 kilómetros, Zatopek registra 1h56m50s, Jansson está a un minuto y Gorno reduce a 51 segundos la ventaja que le lleva el sueco. Cabrera se mantiene cuarto, a medio minuto de su compatriota, y aparecen dos hombres que jugarían su papel en los tramos finales: el coreano Choi-Yoon Chil y el local Veikko Karvonen. Entre los 40 kilómetros y la meta, atravesando la Villa Olímpica y llegando al Estadio, Zatopek asegura su victoria, casi sin bajar el ritmo. Pero, en los puestos siguientes, todo cambia dramáticamente. Gorno ataca y desborda al sueco, y Cabrera no puede sostenerse ante el avance del coreano y Karvonen.
La entrada del número 903 al Estadio fue apoteótica: “Za-to-pek”, clamaban 70 mil espectadores. Todos ern conscientes de que se vivía un momento único en la historia del deporte, tal vez irrepetible. El checo marcó 2 horas, 23 minutos, 3 segundos y 2 décimas. Su estela arrastró a los ocho primeros, quienes por debajo del récord olímpico de Son, vigente desde los Juegos del 36. Mientras Zatopek ensayaba su vuelta de honor junto a los velocistas jamaiquinos, campeones en la posta 4×400, Gorno llegaba a la gloria de una medalla de plata con un récord sudamericano de 2:25:35 delante del sueco Jansson (2:26:07). El coreano terminó cuarto (2:26:36), Karvonen quedó quinto (2:26:42) y Cabrera –aún sin poder repetir el podio de Londres- lograba el sexto puesto y la mejor marca de su campaña (2:26:43). Corsino Fernández, en tanto, abandonó.
“La actuación olímpica le dio mucha confianza a Reinaldo y lo convirtió en un corredor de prestigio ante los organizadores de maratones. Alejandro Stirling, quien ya lo venía preparando, nos llevó a Europa. Entrenábamos en Neustadt, cerca de Viena y nos invitaban a las mejores competencias” contó Osvaldo Suárez. Stirling había conducido la campaña de Juan Carlos Zabala, desde sus comienzos hasta su coronación olímpica en Los Angeles.
En esa etapa post Helsinki, Reinaldo Gorno alcanzó la plenitud como corredor de gran fondo y confirmó -a un año de Helsinki- su hazaña olímpica. Como preparación al maratón ganó competencias de 25 y 30 kilómetros, fijando récords sudamericanos para ambas distancias: 1:21:12 en Viena, 1:37:20 en Eisenstadt, respectivamente. Y el 30 de agosto gana el llamado “Maratón Dorbirn” en Viena con 2 horas, 33 minutos y 8 segundos, un registro que no significaba mucho, pero que fue conseguido en duras condiciones (frío y viento en contra) y con un fuerte dolor a partir del décimo kilómetro. Se había lesionado en el tendón del pie izquierdo y el primer diagnóstico fue que “no podrá volver a correr”. Afortunadamente, no se cumplió. En la prueba austríaca terminó cinco minutos delante del local Adolf Gruber y otro argentino, Ezequiel Bustamante, llegó tercero.
Gorno fue invitado al maratón del diario Ashai Shimbun en Japón, que por primera vez aceptaba corredores extranjeros. Una entrevista previa en La Razón nos muestra a Gorno junto a su esposa, Aída Miceli, y sus dos pequños hijos (Alfredo y Nancy, que tenían 10 y 5 años respectivamente): «Reinaldo es un hombre maravilloso, esposo y padre excelente. Divide su tiempo entre el cuidado de su huerta, sus pájaros y su perrito Tarzán», afirma su mujer. En el momento antes de subir al avión, Gorno le pide a su mujer: «Tita, cuidame los pájaros».
Aunque tuvo distintas sedes -ese 5 de diciembre de 1954 se disputó en Nakamura- luego se la conoció como el «maratón de Fukuoka» y está considerado uno de los más prestigiosos del mundo. Su lista de ilustres vencedores incluye al australiano Derek Clayton (primer hombre en la historia en correr el maratón por debajo de las 2 horas y 10 minutos), su compatriota Robert De Castella (también recordman mundial) y los estadounidenses Frank Shorter (campeón olímpico en Munich) y Bill Rodgers (el héroe del maratón de Boston). Y también Fukuoka fue el escenario para el debut del campeón olímpico 2008, el kenyata Sammy Wanjiiru.
Entre todos ellos y para el historial del maratón de Fukuoka, el primer ganador extranjero fue Reinaldo Gorno, delante de un field que incluía a varios de los mejores maratonistas de su época.
Stirling comandó la expedición argentina a Nakamura con Gorno, Delfo Cabrera y Bustamante. Apenas llegaron a Tokio, la primera misión fue alentar a Pascualito Pérez en el Estadio Korokuen, en la gélida tarde del 26 de noviembre de 1954, fecha histórica -si las hay- para nuestro deporte: Pascualito le ganó al japonés Yoshio Shirai para lograr el título mundial de los moscas, el primero en la historia del boxeo argentino. El equipo atlético se ocupó de llevar en andas al flamante campeón, al borde del ring.
Ya en Nakamura, Gorno hizo la mejor carrera de su vida y volvió a batir el récord sudamericano de maratón, al ganar en 2 horas, 24 minutos y 55 segundos. Bustamante quedó 21° y Delfo -lesionado- abandonó. Apenas se enteró del resultado, Suárez le avisó a la esposa de Gorno: «Señora, ganó Reinaldo». La Razón describió la euforia: «La barriada de Villa Domínico vibró este domingo. Hasta los pájaros, sus dilectos amigos alados, uno de sus grandes amores, cantaron esa mañana más temprano, intuyendo el triunfo de quien tanto los quiere».
El regreso fue igualmente inolvidable, vía Nueva York, donde visitaron el restaurante de Jack Dempsey y éste, en persona, los recibió. Gorno contó más tarde todo lo que había disfrutado en Japón: «No tengo palabras para agradecer el afecto y la cordialidad de la gente… Lástima lo de Cabrera». Una cantante les ofreció «Mano a Mano» como tributo y Gorno ya soñaba con otra aventura olímpica, que ya nunca llegaría: «Si Zatopek quiere volver a ganarme, tendrá que mejorar el récord”.
En abril del 55 quedó cuarto en el Maratón de Boston con 2 horas, 20 minutos y 58 segundos, una marca que no se homologó porque la distancia era menor a la reglamentaria (corrieron 41,1 kilómetros). Allí se impuso el japonés Hideo Hamamura con 2:18:22, un hombre que era claro favorito tras ganar los maratones más importantes de su país: Beppu en 1952, Fukuoka en 1953, Lake Biwa en 1954. Elegido representante olímpico para Melbourne 1956, terminó allí en 16ª. posición. La victoria de Boston quedó como la más relevante de su campaña internacional, superando al finés Eino Pulkkinen (2:19:23) y al estadounidense Nicholas Costes (2:19:57). El finés Paavo Kotila –quien triunfaría cinco años más tarde- quedó allí en el cuarto puesto con 2:20:16, uno por delante de Gorno, quien volvió a aventajar al otro medallista de Helsinki, el sueco Gustaf Jansson.
En agosto del mismo año, Gorno volvió al triunfo cuando, junto al entonces debutante Osvaldo Suárez, hicieron el 1-2 en el maratón de Enschede, en Holanda: 2:26:33 para Gorno, un segundo más para Osvaldo.
«Los Panamericanos no estaban en su agenda, ya que no tenía sentido correr un maratón en la altura de México. En cambio, yo pude ganar allí los 5.000 y 10 mil metros. Y poco después, Reinaldo decidió su retiro… Creo que lo de Boston lo había decepcionado un poco, él iba con la ilusión de ganar», recordó Suárez.
Una vez jubilado, Gorno pasó algunas privaciones económicas. Pero consiguió compensarlas con empleos como preparador de corredores, en su gran mayoría aficionados, a los que siempre ofreció su consejo, su sabiduría. A principios de los 90, el Congreso aprobó la ley con la pensión para los ex medallistas olímpicos, un justo reconocimiento. Gorno estuvo allí para recibirla.
Tenía 75 años y seguía entrenando a sus pupilos en el Polideportivo de Quilmes. Una mañana, una banda de criminales ingresó allí para atacar a la camioneta que traía los pagos. Alguien hizo un movimiento nervioso, alguien se asustó, alguien disparó… En el grupo que esperaba para cobrar estaba Gorno y un balazo le pegó justo a él. Trasladado al Policlínico del sindicato de Vidrieros, en Bernal, su agonía se prolongó durante dos semanas. Gorno murió el 10 de abril de 1994.