Por LUIS VINKER – con la colaboración especial de Oscar Barnade (Clarín)
El concepto de “DT” en los equipos y selecciones de fútbol no existía un siglo atrás. La conducción estaba a cargo de un “entrenador”, pero principalmente con funciones de preparación física antes que diseño táctico o armado del equipo.
Por eso, cuando uno repasa las formaciones de aquel tiempo, es frecuente encontrar en esa función a reconocidos preparadores físicos que también fueron destacados atletas o entrenadores de atletismo, además de otros deportes. Podemos citar los casos de Víctor Caamaño, Alejandro Stirling (el coach de Juan Carlos Zabala), Emilio Casasnovas, entre otros. O el gran Federico Dickens, quien llegó a principios de los 20 y fue fundamental en la divulgación de varios deportes y la preparación física en la Argentina.
Uno de estos hombres provenía de Galicia, se llamaba José Lago Millán y fue el entrenador de la Selección Argentina que alcanzó la medalla de plata en el fútbol olímpico de Amsterdam 1928, además de conducir a la albiceleste en distintos compromisos de la época. Fue el primer extranjero que dirigió la Selección Argentina (los italianos Felipe Pascucci y Renato Cesarini, los otros).
Lago Millán había nacido en Pontevedra en 1893 (otras fuentes indican 1894) y cuando tenía veinte años se aventuró en la inmensa migración gallega que cruzó el Atlántico y llegó a nuestro país.
En su tierra, Lago Millán ya se había coronado campeón de ciclismo en 1912, aunque también jugaba fútbol en lo que se conocía como el Vigo Sporting.
En una entrevista de 1928 de la revista Celtiga, de la comunidad gallega en Buenos Aires, señalan que “José Lago Millán nació en el barrio de San Bartolomé en Pontevedra. Fue allí, por el año 10, donde empezaron a manifestarse sus aficiones deportivas (….) Casado muy joven en 1913 llegó a Buenos Aires en busca de más amplios horizontes para sus actividades. Con él venían su mujer y su hija Rita, que hoy constituye su mayor orgullo”. Lo describen como “un hombre bondadoso en extremo. Jamás un paisano acudió a Lago, que no lo encontrara”.
Ya en nuestro país se incorporó a una de las formaciones deportivas más pujantes, la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA), donde fue uno de los primeros encargados de la sección atletismo. Pero también competía y era uno de los animadores de las carreras de fondo, alcanzando el campeonato nacional de 1922 sobre 3.000 metros llanos con 9:34.8 en la pista de césped de Ferro Carril Oeste. Con esa marca estableció el récord argentino, y volvió a mejorarlo el 2 de diciembre de 1923 en Gimnasia y Esgrima con 9:25.2 durante el torneo que organizó el Club Pedestre de Plata.
Fue uno de los torneos más relevantes de la temporada ya que allí se batieron dos récords sudamericanos (Jorge Haeberli con 3.70 m. en salto con garrocha y la posta 4×100 metros de GEBA con 43.6) y, además de Lago, también Francisco Dova (51.2 en 400 metros) y Camilo Rivas (11.0 en 100 metros) fijaron récords nacionales.
Lago también había competido en los Nacionales de 1923, otra vez en la pista de Ferro, donde quedó tercero sobre 1.500 metros y escoltó a José Ribas –el más importante fondista argentino de los años 20, proveniente de Brasil- en los 3.000.
En 1924, Lago participó en el Campeonato Sudamericano en el Club Atlético San Isidro. Integró la Selección Argentina y fue 8° en 3.000 metros, participando también en 1.500. En ambas pruebas triunfaron los representantes chilenos, Víctor Moreno en 1.500 y el gran Manuel Plaza –dueño de cinco medallas doradas en ese Campeonato, más adelante subcampeón olímpico de maratón- en 3.000. Y en octubre ese mismo año Lago volvió a subir al podio de los Nacionales, con el subcampeonato de los 3.000 metros. El vencedor allí fue el rosarino Ciriaco González, quien llevó el récord argentino a 9:16.6, además de ganar en los 5.000 y 10 mil metros llanos.
Dickens estimuló a Lago para que comenzara como entrenador –le aportó los conceptos de básquet, natación y gimnasia- y enseguida le ofrecieron preparar equipos de fútbol. Algunas referencias señalan que, al principio, Lago no estaba convencido ya que “los jugadores son reacios a cualquier enseñanza que no sea la rutina y refractarios a toda autoridad”.
En el reportaje antes mencionado de Celtiga, Lago cuenta que “desde mi ingreso en la YMCA, su director general, Mr Dickens, me demostró una especial predilección. Bajo su directa vigilancia me fui formando poco a poco y adquiriendo los conocimientos de cultura física que hoy me hacen acreedor a varias cátedras y a la confianza de la Asociación Argentina de Fútbol en la preparación de su equipo”. Al mismo tiempo que asumía en la Selección –por recomendación directa de Dickens- Lago también ejercía como profesor de educación física en la YMCA, en el Nacional Mariano Moreno, en el Nacional de Avellaneda y en el equipo atlético femenino de la Unión Telefónica.
Aquel reportaje es muy ilustrativo de la personalidad y el trabajo de Lago quien, en sus clases de gimnasia, hacía escuchar música –de Mozart a tangos- a sus pupilos. Y también añoraba su tierra: “Tengo unos deseos locos de volver, pero es inútil pensar en ello, ya que no habría ningún club que me compensaría lo que gano en la Argentina”.
Como entrenador de la Selección Argentina, comenzó la preparación con vistas al Campeonato Sudamericano (actual Copa América) de 1927 en Perú donde sus “normas” para los futbolistas eran: “abstenerse de alcohol, cigarrillo y tener relaciones sexuales durante el tiempo de competencia”. Argentina, con Lago como entrenador y otro personaje de ascendencia gallega, Manuel Seoane, como figura en la cancha, se llevó su tercer título continental. La línea media –más de fuerza que de fútbol- tenía a Luis Monti (San Lorenzo) junto a dos hombres de Sportivo Palermo, Juan Evaristo y Adolfo Zumelzu.
Sobre su método de entrenamiento, Lago señaló: “No es ningún secreto, hay que hacer vida metódica, no beber, no fumar. Y en cuánto a ejercicios, les hacía alternar pruebas atléticas como sprints, marchas cortas y saltos con partidos de básquet, vóley. También practicábamos tiros al arco y una vez por semana, un picado. Hacíamos gimnasia a diario. Con todo ello, los muchachos obtuvieron un excelente estado de preparación que, unido al entusiasmo de que estaban sobrados, les dio la victoria que hoy exhiben orgullosos”.
Lago comenzó a dirigir a la Selección en los desafíos con Uruguay por dos copas que ya eran tradicionales desde principios de siglo: en julio por la Newton y en Montevideo, ganó Argentina 1-0, mientras que a fines de agosto, en la vieja cancha de Boca, se jugó la Copa Lipton y quedó para los uruguayos por el mismo marcador, con gol de Scarone.
Una gran innovación fue que antes del extenso viaje a Lima, Lago organizó una “pretemporada” de quince días, dedicada fundamentalmente a la preparación física.
La Selección Argentina partió desde la Estación Retiro en un tren en el que también viajaban sus tradicionales rivales, los uruguayos, recién llegados en vapor desde Montevideo. El tren los llevó hasta Mendoza donde abordaron un micro para el cruce de la Cordillera y la llegada a Valparaíso, donde tomaron el buque Orcoma hasta Perú. Entrenaban en el mismo barco o, cuando hacían alguna parada, como Antofagasta, en tierra.
El viaje fue descripto por el legendario Chantecler, en las páginas de El Gráfico, acompañando a la delegación:
“Conjuntamente con nosotros viajaba una colección de zarzuela española con su colección de chicas lindas y divertidas, que hicieron las delicias de los jugadores y el martirio de Lago, que se la pasaba de la mañana a la noche dando vueltas a inspeccionar si se cometía algún hecho incorrecto. Orsi, disputado por las damas, se sentía transportado al cielo”
Finalmente desembarcaron en el puerto de El Callao y empezó la cuenta regresiva hacia ese Sudamericano, que se disputó en el viejo Estadio Nacional, construido en 1897 y demolido a principios de los 50. Argentinos y uruguayos eran claramente superiores a los otros dos participantes (Perú y Bolivia), que debutaban en la competición. Argentina goleó 7-1 a Bolivia en el debut el 30 de octubre y el choque decisivo con los uruguayos era veinte días después. No estaba Brasil, que se había desafiliado de la Confederación Sudamericana, mientras que el fútbol argentino, que ya se había reunificado institucionalmente, pudo enviar a casi todas sus figuras, le dio prioridad a la Selección.
Como ya era estilo por aquella época y lo sería hasta nuestros días, el partido definitorio fue titulado como “La batalla de Lima” en la mayoría de las crónicas. Scarone, ese eterno “karma” para nuestra Selección, colocó 1-0 a Uruguay en el primer tiempo, pero la albiceleste lo dio vuelta con Humberto Recanatini y Segundo Luna –el santiagueño- en el complemento. Otra vez Scarone marcó para el 2-2 y cuando faltaban cinco minutos, el defensor uruguayo Adhemar Canavesi hizo un gol en contra que sentenció el partido y el campeonato, el tercer título para la Argentina en el historial de la Copa. Una semana después, Argentina cerró su participación con un 5-1 sobre los locales.
El regreso fue igualmente extenso, once días entre barcos y trenes. Pero una multitud recibió en Retiro a la Selección y la acompañó en caravana hasta la sede de la Asociación de fútbol.
Escribió Oscar Barnade: “Humberto Recanatini, capitán y de hecho el director técnico en la cancha, comentó, según se lee en el diario La Razón del 9 de diciembre de 1927, al llegar sobre el equipo y los jugadores: ‘Tengo para ellos nada más que palabras de elogio. Acataron mis órdenes sin violencias y observaron en todos los momentos acentuando el espíritu de orden y disciplina’. El tercer título sudamericano terminó de convencer a los dirigentes de los clubes de la necesidad de hacer el mayor esfuerzo económico para enviar un equipo representativo a los Juegos Olímpicos de Ámsterdam. Otra historia estaba en marcha”.
La AFA confirmó entonces a Lago para preparar el equipo hacia los Juegos Olímpicos de Amsterdam, una tarea que culminaría con una medalla de plata, histórica, después de caer ante Uruguay -defensor del título- en el partido de desempate por 2-1.
La Selección Argentina realizó una gira previa, que incluyó presentaciones en Lisboa, Madrid y Barcelona, y tuvo un cómodo avance en los Juegos hasta el choque decisivo con Uruguay por la medalla de oro. Esa final terminó 1-1, sin poder desequilibrarse tampoco en los treinta minutos de prórroga. El desempate fue para los uruguayos por 2-1, que así retuvieron el título olímpico logrado cuatro años antes en los Juegos de París.
Para Argentina era el primer podio en el fútbol olímpico, algo que recién podría repetirse casi a fines de ese mismo siglo en Athens, Georgia (Juegos de Atlanta 1996) cuando la selección conducida por Passarella cayó por 3-2 en una cerrada final con los nigerianos. Otro fútbol, otros protagonistas, un cambio total, que se prolongó hasta los tiempos más cercanos cuando las generaciones de Messi, Di María, Tevez, Riquelme y tantos héroes más nos dieron las doradas: Atenas 2004, Beijing 2008.
Al retorno de Amsterdam en 1928, argentinos y uruguayos volvieron a enfrentarse por las copas clásicas: 1-0 para Argentina en Avellaneda por la Newton y empate 2-2, al mes siguiente en Montevideo, por la Lipton. Fue el final del ciclo de Lago como entrenador de la albiceleste.
Después, Lago se dedicó a la divulgación de la preparación física, la psicología deportiva y la natación (publicó un libro “Métodos de la natación”). Escribía una columna en el diario Crítica sobre “El valor de la Educación Física”, que luego se tituló “Prolongue su vida”. Allí daba consejos sobre salud y preparación física, además de atender a las consultas de los lectores. En los primeros cuatro meses de aquel ciclo publicó 18 artículos, de los cuales 13 se referían a “El problema de la obesidad”. Otros títulos proponían temas tales como la conveniencia del ejercicio para la mujer, la fatiga, ejercicios para el tronco y los músculos laterales.
Pero también se cuenta otro período importante como “entrenador” de fútbol cuando asumió en Boca, en 1932, sucediendo en el cargo a Mario Fortunato. Boca había ganado el campeonato de 1931, el primero de la era profesional, pero la temporada siguiente afrontó varios problemas, principalmente la salida –por un conflicto con los dirigentes- de Roberto Cherro, quien recién retornó para la segunda ronda. Fue, también, el año de la aparición del paraguayo Delfín Benítez Cáceres con patente de ídolo. Con una gran remontada en la segunda parte del campeonato, Boca concluyó cuarto.
En 1937, cuando su ex player Seoane estaba al frente de la Selección y se volvió a conquistar el Campeonato Sudamericano en la Argentina, Lago lo secundó específicamente como preparador físico.
El Sudamericano, en su 14ª. edición, contó con una cifra “récord” de participantes: 6. Junto a nuestra Selección –donde se despedía la generación de los Guaita y Zozaya, Scopelli y Bernabé Ferreyra, Cherro y Varallo- volvía Brasil y también estaban Perú, Chile, Uruguay Paraguay. Los brasileños no dispusieron de sus estrellas de la época, Domingos Da Guía (campeón con Boca) y Leónidas da Silva (el “Diamante Negro”) pero su delantera era temible. Todos los partidos se jugaban de noche, en las viejas canchas de River (Alvear y Tagle), Boca (Brandsen y del Crucero) y San Lorenzo (el viejo Gasómetro). El partido inaugural se disputó el 27 de diciembre de 1936, con triunfo de la Argentina sobre Chile por 2-1.
Eran las fiestas de Año Nuevo, pero el fútbol siguió igual. Argentina también le ganó a Paraguay 6-1 y Perú 1-0, pero perdió 3-2 con Uruguay. El 30 de enero de 1937, ante 70 mil personas que colmaron el viejo Gasómetro, la Argentina derrotó a Brasil 1-0 con gol del “Chueco” García y lo alcanzó en las posiciones finales, obligando a un desempate a las 48 horas.
Nuevamente se jugó en San Lorenzo y fue uno de los clásicos Argentina-Brasil más violentos del historial, con golpes y patadas desde el mismo comienzo. En medio de una batahola –cerca del final del primer tiempo- el juego estuvo suspendido por más de media hora. Terminaron sin goles y, faltando cinco minutos, ingresó del juvenil Vicente de la Mata en lugar de Pancho Varallo, lesionado.
De la Mata tenía 19 años, jugaba en Central Córdoba de Rosario (aunque se iba a incorporar a Independiente) y debutó en el segundo tiempo contra Perú. Al entrar a la cancha, Sastre le susurró su frase más famosa: “Pibe, juntate conmigo que vamos a hacer Capote”. El “Capote” le quedó a De la Mata de por vida, y mucho más cuando hizo el delirio de los hinchas de Independiente…
Lo cierto es que la consagración de “Capote” se dio en la finalísma contra los brasileños. Era casi la 1 de la madrugada y marcó los dos goles a los 4y 8 minutos del suplementario: las antorchas de la multitud en el Viejo Gasómetro celebraban una victoria épica de la albiceleste.
(Foto: José Lago Millán, a la izquierda, entrenador con la Selección en los Juegos Olímpicos de 1928. Gentileza: archivo Clarín)