Producción: DIARIO CLARIN
Por Mari Estefani Carvajal, Manuela Gómez, Natalia Sago, Camila Sirolli y Bernabé Luna (Maestría Clarín-Universidad de San Andrés)
“Todo el que corre, escapa de algo”, piensa Ariel Scavo, de 50 años. Hace más de 14, por un desencanto amoroso, comenzó a correr. “Pájaro”, como lo conoce la mayoría, corrió durante un año y cuando se empezó a sentir cómodo comenzó a disfrutar los recorridos y a ver a la gente a su alrededor. Pero el verdadero sentido lo encontró después, cuando descubrió que además podía ser útil y se convirtió en guía de atletas ciegos. Una experiencia similar vivieron otros atletas amateurs, que le encontraron un sentido diferente a eso de ponerse los pantalones cortos, las zapatillas y sumar kilómetros en asfalto, en las montañas o en una pista.
Sentirse útil
“Un día pasaron dos locos corriendo al lado mío. Uno atado al otro. Yo dije: ‘Es un montón. ¿Qué profesor lleva atado a su alumno para que mantenga el ritmo?’”, recordó. Pero más tarde, en la premiación, cuando escuchó «categoría discapacidad visual”, se dio cuenta de qué se trataba.
“Yo a las personas ciegas me las imaginaba con lentes negros y un palo blanco. Jamás me imaginé que podían participar de una competencia”, recuerda Pájaro, y dice que fue aquel día cuando decidió que tenía que hacer algo. Entonces se acercó, felicitó al competidor y se ofreció como voluntario. Una semana después, comenzó a entrenarse con una persona ciega.
Ahora, Ariel ofrece clínicas de entrenamiento gratuitas que incluyen a ciegos o personas con disminución visual. También para quienes quieren ser guías. “Por los años que tengo de conocimiento, le ofrezco a la gente lo que a mí me resultó”, afirma, y agrega: “Toda la vida me sentí inútil. Como dice la canción de Gustavo Cerati, Te llevo para que me lleves. Cuando descubrí que podía ayudar a la gente de forma voluntaria, comencé a sentirme útil”.
El 9 de junio, el “Pájaro” participó como guía en una competencia de 15 kilómetros junto a Sebastián Duarte. Se trata de un atleta de 38 años que nació con una disminución visual. “A esta altura, es como juntarme con un amigo y salir a trotar un rato”, resume.
Hace un año Sebastián obtuvo su certificado por discapacidad. Lo operaron de la columna por una hernia y contó que, a pesar de lo dura que fue la recuperación, comenzó a creer en las segundas chances: “Hace un tiempo estaba en el gimnasio con mi esposa y le pregunté qué decía el cartel que estaba sobre mí. ‘¿Por qué corres?’, me contestó. De estar arrastrando los pies, un año de recuperación, a estar corriendo… para mí es lo mejor. Por eso creo en las segundas oportunidades”, comentó, y recomendó correr “porque es liberador, no pensás en nada y es una pelea con uno mismo”.
Transmitir el entusiasmo
Florencia Viani también tiene 50 años. El Pájaro la inspiró para ser guía. “Me encanta correr, lo hago hace años. Y me llamaba la atención esto de poder acompañar a alguien”, señala.
“Es el boca en boca y la buena voluntad de alguien que te quiere enseñar. También de la persona ciega o que necesita compañía, que te tenga paciencia, que te diga qué necesita. Es algo que se aprende en ese vínculo. No hay una fórmula”, asegura. Y agrega que es importante que el guía conozca sus límites y que haya confianza en el equipo.
Florencia contactó a Ariel a través de las redes sociales. Se conocieron en persona en el Parque Sarmiento y empezó a aprender. “Me gusta correr y más me gusta correr y ayudar a alguien. Lo lindo es que también se genera un vínculo de amistad que va más allá del deporte”, describe.
En la carrera de junio Florencia guió a Jonathan Tisera, un corredor de 34 años que tiene disminución visual. Se entrenan juntos desde hace 5 meses, 3 veces por semana. Para Florencia, la charla es fundamental para afianzar el vínculo. “Íbamos hablando de la vida. Para mí es importante poder anticipar, aunque él por ahí no lo necesite, pero me da más seguridad y me quedo más tranquila. Para mí es súper importante cuidar a la persona que acompaño, sobre todo para que no se lastime”, asegura.
Jonathan comenzó a correr el año pasado. “En mi caso, tengo la visión disminuida, puedo ver pero si voy muy rápido puedo tropezarme”, subraya, y agrega sobre su guía: “La compañía de ella es genial”.
La amistad de Walter y Darío Olguín
Walter Álvarez y Darío Olguín son dos mendocinos que comparten la pasión por el running. Hace unos años, un llamado telefónico los unió y comenzó una amistad que mantienen hasta ahora.
Darío tiene 47 años y lleva más de la mitad de su vida practicando running. Hace unos años, un amigo le dijo que había una persona ciega que necesitaba un guía y él, sin saber nada al respecto, decidió colaborar. “Los ciegos te van enseñando. Por ejemplo, cuando vas corriendo tenés que hacerle sentir a la persona que acompañás que lo está haciendo sola. Ellos tienen que ir por el mejor camino y eso te obliga a ir por la banquina o saltar pozos; el que tiene que ir por un lugar incómodo es el guía”, explica.
“El objetivo de él es tuyo. Vos te metés en la cabeza de él, en el cuerpo. Todo el esfuerzo que hacés por vos, muchas veces lo tenés que hacer por el otro. Y a veces ese proyecto del otro pasa a ser tuyo”, analiza Darío.
Cuando era chico, Walter perdió la vista de uno de sus ojos y hace treinta años, en un viaje de fin de curso, la del otro. Después del incidente que provocó la pérdida total de su visión, el destino puso en su camino al amor de su vida. Se empezó a juntar con un grupo de ciegos que practicaban deporte y conoció a Silvina Castro, que también participó con su guía de la carrera, y se casaron. Tienen tres hijas: Delfina, Carolina y Martina.
“Cuando me quedé ciego empecé a hacer deporte, que para mí es el mejor método de rehabilitación. La cabeza puede estar por cualquier lado, pero la equilibrás con deporte. Te hace bien física, mental y anímicamente. Es espectacular”, reflexiona Walter.
Juntos ya corrieron pruebas de diferentes distancias, entre 5 y 21 kilómetros. “Walter no tenía límites, ni miedo de correr mucho. Yo me he preparado con él para hacerlo”, cuenta Darío, y agrega emocionado: “Cuando veo a los ciegos correr me hacen sentir que yo soy el discapacitado, porque a veces me pongo límites injustificadamente, que ellos no”.
Los guías usan una correa que se compra en el exterior y es costosa. “Nosotros cosimos un elástico, que le da la sensación al ciego de que no lo agarra nadie, sino que va solo”, detalla Darío. Y ahora usan un sistema que es una cuerda de aproximadamente 50 centímetros, que simula ser un cinturón y genera mayor comodidad, porque cada uno avanza con su braceo independiente.
Cuentan también que en las carreras intercambian sensaciones. Y así como el guía va anticipando detalles que el ciego no puede percibir visualmente, el guiado aporta otra información que el corredor que sí ve puede no advertir. “Por ejemplo, hay veces que vamos corriendo y Walter me dice que hay olor a asado. Y yo empiezo a mirar para todos lados a ver de dónde viene el olor», cuenta Darío.
Sobre la relación de amistad, aporta: “El vínculo con la otra persona se construye y se forma. Con el tiempo conocés sus gustos, su manera de correr, de qué lado prefiere qué lo guíes, de qué le gusta hablar, entre otras cosas”.
Después, anima a otros corredores a sumarse: “Hay que perder el miedo. Ellos no te van a evaluar, ni te van a juzgar por si lo haces mal al principio. Vas a ayudar a una persona a sentirse independiente, a caminar, correr o andar en bicicleta, a salir».
Para Walter, la mayor dificultad de correr con un guía se presenta en la cantidad de gente que participa en las competencias. “Te pasan y no se dan cuenta de que vamos corriendo juntos porque uno de los dos es ciego. Entonces se cruzan y te pueden chocar, sin querer, pero te hacen caer o se caen ellos”, explica.
Sin embargo, Walter no se detiene ante los obstáculos. dice que tiene objetivos y habla del próximo: “Quiero escalar el Aconcagua la temporada que viene”.
Deporte y salud mental
Valentina Ternengo, licenciada en Psicología, explicó que hay diversos estudios que demuestran que el deporte genera beneficios para la salud mental. Permite que se liberen neurotransmisores, como la dopamina y la serotonina, que aumentan el placer y el bienestar en las personas. El hecho de realizar actividades con otras personas mejora la tolerancia a la frustración, ya que implica la adaptación a las capacidades del otro y la coordinación con alguien más.
“El deporte influye de la misma manera en las personas que tienen una discapacidad, fisiológicamente y emocionalmente. Se vuelve un espacio mucho más terapéutico porque la frustración se pone en juego, pero desde un lugar más amigable, y se ponen en juego sus posibilidades, dentro de un montón de cosas que no pueden hacer”, dijo, y afirmó que además aumenta la capacidad de autoconfianza y de autoestima.
Además, Ternengo explicó: “Si bien el running no es un deporte de conjunto, es un lugar que se crea socialmente, da un espacio y subjetiviza a las personas, que tienen algo por lo que luchar, levantarse todos los días. Esta puesta de objetivos, tanto en el alto rendimiento como en el deporte amateur, también genera proyección y aumenta el cuidado de la salud mental, porque se le da un sentido al día a día. La persona encuentra un sentido en el deporte”.