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Raúl Ibarra, una leyenda: sus cuatro títulos en el Sudamericano del 45

Raúl Ibarra, una leyenda: sus cuatro títulos en el Sudamericano del 45
17 de abril de 2025

Los corredores de fondo siempre fueron grandes protagonistas de los Campeonatos Sudamericanos de Atletismo. El chileno Manuel Plaza, quien alcanzó la medalla de plata en el maratón olímpico de Amsterdam en 1928, fue el atleta más condecorado de nuestras competencias desde la década del 20. También los maratonistas argentinos que  heredaron su gloria con el podio olímpico –Juan Carlos Zabala, Delfo Cabrera, Reinaldo Gorno- triunfaron en las competencias sudamericanas. Y luego sería el turno del mejor fondista de la región a partir de la década del 50, Osvaldo Suárez, antes del advenimiento de la gran generación colombiana que, con Víctor Mora y Domingo Tibaduiza, dominó nuestros campeonatos (el otro notable exponente de esa camada, Alvaro Mejía, casi no participó en los Sudamericanos). El chileno Pedro Edmundo Warnke, el ecuatoriano Rolando Vera y más delante de las generaciones de grandes corredores brasileños animaron los campeonatos, como también –durante los años 60- el argentino Domingo Amaison, quien hizo un excepcional despliegue en Rio de Janeiro 65 al llevarse cinco medallas, dos de ellas doradas. Eso ya sería difícil de encarar en estos tiempos, donde se acentúa la especialización.

Entre tantos nombres queremos resaltar ahora, al cumplirse ocho décadas de su última gran hazaña en los campeonatos, al argentino Juan Raúl Ibarra: había producido un excepcional certamen en 1941 en Buenos Aires, donde acumuló cinco títulos. Y cuatro años más tarde, en Montevideo, estuvo muy cerca: ganó los 3.000 metros en forma individual  y por equipos, los 5.000 y 10.000, y terminó tercero en el cross country.

Entre todos sus títulos y récords de la década del 40 –llegó a establecer la marca mundial de 20.000 metros- el atleta, oriundo de Entre Ríos, fue uno de los grandes de la llamada “generación postergada”: el drama de la Segunda Guerra Mun

Juan Raúl Ibarra había nacido el 7 de mayo de 1914 y su hermano Ubaldo, un año después. Venían de Paraná. “Oscar Martínez, un destacado ciclista, fue el que los animó a realizar gimnasia y ejercicios físicos. Ellos venían de una familia humilde, como tantos otros destacados fondistas. Y empezaron a correr con Francisco Francetti, el mejor atleta de esa ciudad. Lo hacían en las plazas, primero como entrenamiento y después para competir”, escribió el investigador británico Andy Milroy

El atletismo los llevó primero a Santa Fe y luego a Buenos Aires, donde llegaron muy jóvenes. El primer gran impacto de Raúl se produce en la fría y nublada mañana del 17 de noviembre de 1934, cuando la revista El Gráfico organiza la edición inaugural de lo que sería el gran clásico de las carreras de fondo por un largo tiempo: el Maratón de los Barrios. Se largaba en su sede de México y Azopardo, atravesaba las calles y avenidas –todavía empedradas- de Retiro y el Centro para iniciar su regreso y terminar en la antigua cancha de Boca. Sobre una distancia aproximada de 20 kilómetros, con 226 participantes y la dirección técnica de otro nombre legendario del atletismo argentino (Felipe Lacoste), Ibarra protagonizó un intenso duelo con el bahiense Armando Sensini, el mismo que sí tendría destino olímpico mucho después. Ibarra, quien había sido convocado por el entrenador Francisco Mura para las filas del Deportivo Andino, consiguió despegarse en los tramos finales para ganar en 1 hora, 7 minutos y 13 segundos. Sensini lo escoltó con 1:07:47 y tercero llegó Santiago Recabarren con 1h10m03s. Más de quince mil personas los recibieron en la cancha.

Mientras alternaban sus entrenamientos y sus intervenciones en pruebas de calle, los hermanos Ibarra también participaban en la pista. Y fue Ubaldo, todavía “junior”, el más destacado en los primeros tiempos. En aquella temporada de 1934 logró el primero de sus cinco títulos nacionales consecutivos sobre 5.000 metros llanos y se le computó un registro de 8:38.0 en 3.000, que pudo considerarse como el mejor del mundo para su edad. También tuvo marcas como 15:03.4 en 5.000 y 32:00.4. en 10.000 con edad de juvenil.

Los hermanos Ibarra aparecieron en la Selección Argentina para el Campeonato Sudamericano de Sao Paulo, en 1937, donde Raúl conquistó el primero de sus tantos títulos, en la prueba de cross country, en tanto Ubaldo se llevó tres medallas de plata con los 5.000  y 10 mil metros, y los 3.000 por equipos.

En Lima (1939) Raúl Ibarra escoltó a Roger Ceballos sobre 10 mil metros y al chileno Manuel Carrero en el cross country. Pero en Buenos Aires (1941), llegaría su consagración: cuatro títulos individuales, algo que solo otro atleta argentino ha logrado en un mismo Sudamericano, el múltiple Valerio Vallania en 1926. Ibarra fue la gran figura de ese Campeonato disputado en la pista de Gimnasia y Esgrima. La quinta dorada le correspondió por los 3.000 m. por equipos.

Ibarra fue el abanderado del equipo nacional en la ceremonia inaugural, encabezada por el entonces ministro de Guerra, el general Juan Tonazzi. Y su cosecha de triunfos se inició en los 3.000, donde la formación nacional fue un auténtico lujo, liderada por Ibarra (8m39s8 como mejor de la clasificación individual) junto a los posteriores medallistas olímpicos: Delfo Cabrera y Reinaldo Gorno. Tres días más tarde, Ibarra se adueñó de los 5.000 metros con 14m57s, seguido por Gorno (15m12s1) y el chileno Raúl Inostroza (15m13s3). Como en el resto de las pruebas, impuso su superioridad desde el arranque pero aquellos 5.000 tuvieron otra curiosidad: su hermano Ubaldo se trenzó a los codazos con el chileno Gustavo Rojas y ambos fueron descalificados. El 1° de mayo, Ibarra ganó el cross country por los bosques de Palermo, delante de Inostroza. Y completó su despliegue en los 10.000 metros, dos días después, marcando 30m45s0, mientras –a lo lejos- Gorno superaba al chileno Millas en una emotiva lucha por la medalla de plata. Las crónicas de aquel momento nos describen “el fervor popular con la llegada de Ibarra, sus pies sangrantes y la felicidad del triunfo”. Se había convertido en ídolo.       A esa altura, Ibarra ya se había apoderado de casi todas las marcas sudamericanas en pruebas de fondo. Y estimulado por su performance del Campeonato Sudamericano, preparó otro intento para el 14 de junio en el mismo escenario de Gimnasia y Esgrima. Delante de miles de espectadores, estableció el récord mundial de los 20 mil metros con 1 hora, 3 minutos, 33 segundos y una décima, mejorando el registro que Juan Carlos Zabala, campeón olímpico de maratón, había fijado cinco años en Munich (1h04m00s2). En plena época de conflicto mundial y con las cuestiones reglamentarias del atletismo poco atendidas, nadie se ocupó de enviar la planilla a la IAAF para la homologación oficial. El registro de Ibarra fue mejorado poco después por un húngaro, Andras Csaplar, quien marcó 1:03:01.2 el 26 de octubre en Budapest.

La lista de récords de Ibarra en aquella época y todos en Buenos Aires todavía impresiona:

  • En los 000 metros, igualó la marca nacional de Roger Ceballos (8:36.6 en 1934) el 9 de noviembre de 1940. Llevó el tope sudamericano a 8:30.4 el 10 de marzo de 1941 y a 8:25.4 el 3 de junio de 1944. Recién en 1955, y en su gira europea, Osvaldo Suárez pudo superarlo (8:23.2 en Nürenberg).
  • También Roger Ceballos era el anterior recordman sudamericano de los 000 metros con 14:54.4 desde 1936. El 13 de octubre de 1940, Ibarra lo colocó en 14m53s0 para volver a mejorarlo con 14m37s0 el 1 de marzo de 1941 y con 14:24.8, el mejor registro de su vida, el 20 de mayo de 1944. Como tope sudamericano recién pudo ser superado por Suárez en 1956 con 14:20.7
  • En la otra clásica distancia de pista, los 10 mil metros llanos, el récord sudamericano pertenecía a Zabala con 30:56.2 en Stuttgart, 1936. Ibarra lo bajó a 30:36.8 el 14 de diciembre de 1940) y también se ocuparía Suárez de mejorarlo muchos años más tarde (30:30.0 el 12 de febrero de 1955). A la semana siguiente de ese récord, Ibarra dominó el fondo en los Campeonatos Nacionales de Rosario al vencer en 5.000 y 10.000.

En su pasaje a la ya mencionada hazaña mundialista de los 20 mil metros, Ibarra batió los tope sudamericanos de distancias como las 10 millas (50m55s) y la hora (18.874,91 metros).

A esta altura, resulta hasta difícil sintetizar cómo acaparaba tantos récords, tomando en cuenta que los fondistas de aquellas épocas abordaban todo tipo de distancias. Por ejemplo, a comienzos del 40 –el 12 de mayo durante el torneo Otoño- Ibarra corrió los 15 mil metros en pista, registrando 48:03.6. El récord homologado era de Fernando Ciccarelli (48m27s0 en 1932) pero, en realidad, el verdadero registro correspondía a Zabala quien, durante su marca mundial de los 20 mil metros, había pasado los 15k en 47m36s4. Semanas antes ya había logrado un récord de 3 millas (4.827,92 m) en el mismo escenario con 14m32s4, en una prueba donde –a la vez- se le computaba como récord ¼ de hora (5.009,78 mts). Y luego, el 16 e junio y también en GEBA, cubrió 9.526,36 metros en media hora, que también se daba como rsa…

Ibarra movió tanto tabla de récords como acumuló  triunfos en las distintas pruebas populares de nuestro país. Y en los Campeonatos Nacionales, donde obtuvo ocho veces el título de los 10 mil metros, entre 1936 y 1952, una cifra que sólo había acumulado José Ribas (además, Ibarra triunfó dos veces sobre 5.000 metros, en 1940 con 15:32.2 y en 1943 con 14:43.0). Esta última fue una de las más recordadas pruebas, donde lo escoltaron tres de los hombres que podrían saborear la gloria olímpica: Cabrera, el mendocino Eusebio Guíñez y Gorno.

Ibarra volvió a brillar, como mencionábamos, en el Sudamericano de 1945 en Montevideo, donde –con la vuelta de su hermano Ubaldo y con Cabrera- lograron los 3.000 metros por equipos. En las individuales, Raúl Ibarra recuperó los títulos de 3.000, 5.000 (15:00.4) y 10.000 (31:52.6), escoltado aquí por Gorno. Y completó su despliegue con la medalla de bronce en el cross country, ganado por Gorno.

Ibarra fue uno de los principales fondistas del mundo en aquel período signado por la guerra, aun considerando que la actividad en la mayoría de los países centrales del atletismo quedó detenida. Por ejemplo, su récord de 14:24.8 para los 5.000 metros en 1944, logrado durante el Torneo Otoño, lo elevó al cuarto lugar de la lista mundial de esa temporada, sólo superada por los fenómenos del momento: Viljo Heino (el último de los “finlandeses voladores” que marcó 14m09s6 ese año y los suecos Costa Jacobsson y Günther Hagg, poseedor éste de todos los récords desde 1.500 hasta 5.000). Entre las pocas competencias internacionales que se mantuvieron en aquel momento figuraba el circuito “indoor” de Estados Unidos, del cual Hagg fue uno de sus principales animadores. “A Ibarra lo invitaron a participar en 1942 –cuenta Domingo Amaison- pero no quiso ir ya que la invitación no incluía a su entrenador Alfredo Albónico”. La campaña atlética de Ibarra era guiada por Albónico en las filas de su club, Unión Deportiva Argentina, y entrenaban en Parque Avellaneda, una zona de quintas y viveros, donde también se encuentra una pista de 333 metros.

Acaso desalentado por aquella frustración con los Juegos Olímpicos, Ibarra se fue alejando por un tiempo del atletismo, para retornar a comienzos de los 50. Así pudo recuperar el título nacional de los 10 mil metros y clasificar para los primeros Juegos Panamericanos, en Buenos Aires. No se encontraba en la mejor condición física y tuvo que abandonar, en una prueba dominada por el estadounidense Curtis Stone delante de dos fondistas locales, Ricardo Bralo y Ezequiel Bustamante.

Osvaldo Suárez, la más fulgurante aparición del atletismo argentino a comienzos de los 50, tenía a Ibarra como ídolo. Y fueron compañeros en el equipo para el Sudamericano Extra de 1953, en Santiago de Chile. Suárez obtuvo los 5.000 llanos con 15m23s1, Ibarra lo escoltó con 15m25s5 (y también fue tercero en los 10 mil metros). Ya con más de 40 años de edad, seguía en plena competencia y se atrevía a las distancias del gran fondo. En los Nacionales de 1954 quedó segundo en la prueba de ruta sobre 25 kilómetros, ganada por Pedro Caffa en 1h29m42s.También clasificó para el maratón de los Panamericanos de México (1955), donde la altitud prácticamente desalentó a casi todos los competidores, allí Ibarra abandonó.

Esa temporada de 1955 lo muestra muy activo en la temporada de pista y calle de la Buenos Aires. Mientras Osvaldo Suárez y Reinaldo Gorno realizan su gira europea, Walter Lemos es el animador de las pruebas locales. El 22 de mayo, Platense celebra sus Bodas de Oro con una prueba de unos 15 km donde Lemos marca 43m32s e Ibarra lo escolta con 44m04s. Y el 15 de julio se realiza otra prueba sobre la misma distancia entre el Obelisco y Núñez, donde Lemos marca 44m08s e Ibarra termina quinto. El 14 de agosto, con motivo de la inauguración de la pista del Parque Chacabuco, celebran un medio maratón, donde Ibarra termina tercero con 1:11:14, detrás de Melchor Palmeiro (1.09:08) y el tucumano Armando Pino (1:11:13). Y tres semanas más tarde, un nuevo medio maratón, esta vez en Olivos, lo encuentra a Ibarra en el segundo lugar con 1h08m20s, con otro triunfo de Lemos (1h06m40s). El cierre de temporada es en la pista de GEBA con motivo de los Nacionales, las últimas medallas para la gloriosa carrera de Ibarra: subcampeón de 5.000 con 15m23s6 detrás de Lemos (14m51s8) y subcampeón de 10.000 con 32m26s9, escoltando a Pino (32m07s1). Ibarra vuelve a la Travesía de San Silvestre, donde ya había estado cinco años antes, y queda 24° en la prueba ganada por el británico Ken Norris.

En 1956, y ya cerca de su despedida, Ibarra insistió como maratonista en Buenos Aires: fue el 12 de agosto durante la prueba Lacoste-Luisi que también constituía el selectivo olímpico. Allí venció Pino con 2h31m29s, seguido por Humberto Bianchetti con 2h32m16s e Ibarra, tercero con 2h33m53s. Amaison recuerda que Ibarra también estuvo a fines de ese año en un selectivo para San Silvestre, que se realizó una noche por la avenida Belgrano. “Para nuestra generación, era un gran referente. Además, un personaje excepcional, muy abierto, admirado por todos, siempre contando historias. Osvaldo (Suárez) lo quería muchísimo, tanto él como Luis Sandobal lo ayudaron cuando dejó el atletismo”.

Ya alejado de las competiciones, Ibarra seguía alentando a los nuevos corredores, con su infaltable mate al borde de las pistas, acompañando a equipos entrerrianos en los Nacionales o alentando en las llegadas de las carreras populares. El profesor Juan Alberto Scarpin, ex presidente y actual secretario técnico de la CADA, hacía sus primeras incursiones atléticas a principios de los 60 en Entre Ríos, cuando cursaba el colegio secundario. Recuerda que “Raúl atendía un quiosco frente a la Escuela Hogar. Pero tengo un sentimiento especial por su hermano Ubaldo, quien fue un notable entrenador. Estaba al frente del equipo de Estudiantes de Paraná y también, de los seleccionados entrerrianos en los Campeonatos Nacionales. Yo empecé a entrenar con él, fue un auténtico maestro. Aunque no había podido estudiar mucho cuando era chico, después cursó Educación Física en horario nocturno. Era un intuitivo, dedicado, de gran claridad. Y los grandes atletas entrerrianos de aquella época, en todas las especialidades, fueron sus discípulos”.Cuando Raúl Ibarra falleció, en 1972, Vitores volvió a evocarlo:: “Arriba, Raúl… Bien arriba… En el cielo. Y aquí abajo, en la tierra, tu recuerdo imperecedero sustentado en dos piedras basales inamovibles: tu capacidad física extraordinaria. Y tu calidad de deportista puro que se dio de lleno al atletismo sin pedirle nada, aún teniendo para ello mejores derechos que muchos arribistas del deporte”.

 

 

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